
Enclavada en lo profundo
más profundo de mi alma
tengo ¡ay! de mí, una pena
pena muy honda que mata.
Virgencita, Madre mía,
Madre de la Asunción,
también pena el alma mía
al tener que decirte adiós.
Qué triste Madre querida
es ésta separación
y pensar que es para siempre,
se me para el corazón;
pero no Madre adorada,
no será para siempre
donde tú estés, estaré yo
y te seguiré hasta la muerte.
Cuando con tanto fervor
te cantábamos la Salve
y los demás cánticos
¡como sonreías Madre!
cuántas flores te poníamos
para adornar tu imagen
y tú qué contenta estabas
cuando te llamábamos Madre.
¿Te olvidaste Madre
del pueblo de Alberguería?
¿Olvidarás aquellas jóvenes
que siempre fueron tus hijas?
Nosotras te prometemos
con gran fervor y alegría
el no olvidarte nunca
aunque nos cueste la vida.
Te vas de nuestro pueblo
inundado por las aguas
pero te llevamos siempre
dentro de nuestras almas.
En el sitio donde estés
acuérdate de nosotras
no nos olvides Madre
hasta vernos en la Gloria.
La gente toda
del pueblo de Alberguería
te dan el último adiós
y gritan: ¡VIVA MARIA!.
Julia Corzo Vega 09/04/1958 |