Moisés Blanco Paradelo escribe sobre Alberguería.

Esta es la copia del artículo.

Que también se puede ver en este link.

Empezar de nuevo es la premisa fundamental para millones de personas, que en todo el mundo, toman sus maletas y se trasladan a otros lugares en busca de mejores y mayores oportunidades para su desarrollo.


Estos movimientos migratorios, que en la mayoría de los casos suelen resultar dolorosos, pueden ser por iniciativa propia, es decir de forma voluntaria, o bien estar motivados por alguna que otra causa digamos que ajena a su voluntad. Por ejemplo, una expropiación forzosa.


Precisamente esto último fue lo que ocurrió, hace ya casi medio siglo, en un pueblecito ourensano, del municipio de A Veiga llamado Alberguería.
Un, llamémosle mal día, decenas de familias de este pueblo se vieron obligadas a abandonar sus hogares. El motivo: la construcción de un embalse que asolaría completamente sus viviendas, sus tierras y por supuesto, todas sus ilusiones.

Una de estas familias fue la Paradelo Fernández, a la cual pertenezco por vía materna.


Según relata incansablemente mi abuela Ramona, Alberguería era un pueblo maravilloso, que tenía todo lo que cualquier persona en aquella época pudiera desear: escuela para niños y para niñas; tierras fértiles dispuestas a proporcionarles casi que todo tipo de productos, siempre y cuando se trabajaran duramente como dice ella; artesanos que fabricaban distintas variedades de cestos y cubas para el vino; numerosas fuentes, regatos, pontones y como no, un cuartel de la Guardia Civil.


También tenían una bonita iglesia, reconstruida hoy en la Vega de Cascallana. Un envidiable entorno natural rodeaba todo el pueblo, con grandes praderas por las que pasear, en los escasos ratos libres que había, y hasta un pequeño campo deportivo donde los chicos jugaban al fútbol o a los bolos, y eso sí, unas fiestas estupendas el 15 de agosto, las mejores de toda la zona.


Las gentes vivían de lo que cada uno buenamente cosechaba (patatas, legumbres, hortalizas, castañas, trigo, centeno...), y de las distintas explotaciones ganaderas, así como de los productos que de ellas se derivaban.


Un día de abril de 1958, José Manuel y Ramona con sus ocho hijos y otro en camino tuvieron que abandonar, como el resto de sus vecinos, el pueblo que les viera nacer.


Habían contratado un camión para que les ayudara con la mudanza. El destino: una casa en O Barco, pueblo que por aquel entonces le recomendaran a mi abuelo.
Una última mirada hacia atrás, los corazones encogidos, los ojos llorosos y un nudo en la garganta les impedía articular palabra. Había llegado la hora de emprender uno de los viajes más duros que mi abuela recuerda, un viaje sin retorno.

 Las preguntas se sucedían por todo el camino, ¿qué será de nosotros? ¿qué nos encontraremos en O Barco? ¿lograremos salir adelante? ¿cómo nos recibirán?
Todos sabían que Alberguería, irremediablemente, dejaría de existir, pero sólo en los mapas, porque para sus vecinos siempre permanecerá viva en su memoria. Unos la recordarán desde lugares cercanos, como el caso de mi familia, que siempre que puede se desplaza hasta sus inmediaciones a recoger castañas o setas, o simplemente a pasar un día en el campo. Otros lo harán desde fuera de Galicia, y otros muchos desde varios países sudamericanos.


Por supuesto que mi familia, como muchas otras, con gran esfuerzo y trabajo pudo salir adelante. Los comienzos nunca son sencillos y eso lo sabemos todos pero también es cierto que a todo se acaba haciendo uno.


Me gustaría desde estas líneas, rendir un sincero y cariñoso homenaje a todas aquellas personas que han pasado por una situación similar, y en especial a mi abuela, que con cincuenta y tres años se quedó viuda y a pesar de todo sacó su familia adelante.


Las expropiaciones siempre resultan complicadas, pero todavía lo son más cuando se producen de una manera completamente injusta. Las tierras ocupadas fueron pagadas a precios muy bajos y las que no cubría el agua, pero quedaron inservibles, ni tan siquiera se tuvieron en cuenta.


Ahora no sirve de nada lamentarse, pero lo que si podemos hacer es reclamar justicia y que estas gentes obtengan el reconocimiento que se merecen.
Sirva este sencillo artículo para contribuir a ello.

Saír.