Os deportes en Alberguería: 

  xogo de bolos celtas.

 

O pobo de Alberguería, xa cun color de morto polas augas.

 

  Xogando os bolos celtas. Reglas..
 
  Onde se xogaba en Alberguería os bolos?
 
  El juego de los bolos en el libro "La Marca del agua". Santiago Palmeiro.
 
  Ver o que escribe Susana Romero no " O Sil".

 

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Xogando os bolos celtas.

 

Neste lugar a Morteira, preto de Xares,  hai tódolos anos no mes de setembro unha romería na que a xente xoga os bolos celtas. A Merteira esta dentro do Couto de Caza de Xares. A fotografía é do autor da web. Fotografía do autor da web. Secundino Lorenzo.

Outra vista do lugar onde na Morteira se xoga os bolos celtas. Por detrás o Maluro e Ocelo, no chan os rebaixes onde se xoga o bolos. Fotografía do autor da web. Fotografía do autor da web. Secundino Lorenzo

As normas están sacadas do panel nº 7 da Senda Verde do Xares que bordea o encoro de A Veiga (Ourense).

Xogando os bolos na morteira. Fotografía sacada da web "Xares un lugar único"

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El juego de los bolos en el libro "La marca del agua"

de Santiago Palmeiro.

"La marca del agua" es el libro de Santiago Palmeiro que entre otros dedica a su padre que trabajó en las presas, a su madre que siempre lo espero despierto y a todos los que han perdido su pueblo bajo un embalse.

En particular el libro está dedicado a Alberguería y a todos los que amamos ese pueblo de A Veiga en Ourense.

Es una auténtica delicia su lectura y Santiago clava la historia de Alberguería y quizás muchas otras similares.

Como no podía ser menos en el pueblo, que en el libro llama Llanos, se juega a los bolos por eso viene a cuento, como no, que ponga un trocito del libro, una auténtica maravilla que nos deja bien claro en que consiste el juego:

..." René quería jugar a los bolos. Insistía con palabras y gestos para que le dejasen sitio, e importunaba a los tiradores, que ya habían vuelto a cruzar sus apuestas. El ingeniero tenía una tarde insoportable. No sólo molestaba sino que estaba crispando el ánimo del corrillo que rodeaba a los lanzadores. Los bolos eran tan sagrados como la misa de los domingos. Una vez que empezaba la partida, no se debía interrumpir por nada del mundo. Y mucho menos cuando la expectación se desataba y el suelo quedaba regado con el dinero de las apuestas, que dependían de la concentración del tirador. Pero René ignoraba todo eso. Él quería lanzar el bodoque de madera de boj contra la media docena de bolos, y punto. Chillaba como un niño y aseguraba que a la tercera sería capaz de acertarles de lleno y de desperdigarlos campo arriba. Pero los otros seguían negando, a punto de perder la paciencia.

  Tras interrumpir la partida, en un primer intento de lanzamiento, el ingeniero no había logrado golpear, siquiera, la piedra que sostenía los tacos cilíndricos. Y en el segundo, había estrellado la bola contra el canto del patio y la había roto en dos. Fue lo peor que pudo haberle ocurrido. Porque romper la bola era una afrenta terrible que sólo un profano se atrevía a cometer. Quien lo hacía no merecía volver a pisar el patio nunca más. Por eso trataron de convencerle de que se quitase de en medio. Sin embargo, el francés no quiso atender a razones. Seguía insistiendo y trataba de arrebatar la bola al tirador. Sus acompañantes, que se las veían venir, le sujetaban de la manga y de la cintura en un intento de alejarlo. Pero no había manera.

 Un sentimiento difícil de describir se había apoderado de los lugareños cuando le vieron acercarse. Venía por el camino del Estrecho, hecho un figurín. Vestía ropa clara, inmaculada, y traía la chaqueta doblada sobre el antebrazo. Por alguna razón, siempre llevaba americana. Al andar, sus rizos tintados de rubio volaban en el aire como las faldas de una mujer, hecho que acentuaba sus gestos amanerados. Le acompañaban otros dos jóvenes igual de apuestos, que los lugareños no recordaban haber visto antes. Venían animosos, sonrientes y alocados. Traían botellas de licor y bebían a morro un líquido que parecía aguardiente.

  Se acercaron y el corrillo se abrió espontáneamente. René y los otros levantaron las botellas y saludaron con un cómico movimiento de cabeza antes de situarse tras el tiradero. Ante ellos, un boleador se estiró en el aire y soltó un cachetazo que alcanzó los bolos de lleno. Entonces, René contó a sus acompañantes que aquél era un juego milenario, traído a la Península por sus más antiguos pobladores. Allí, se conservaba tal cual y era el entretenimiento favorito de las gentes, el deporte rey de las aldeas, muy por encima del fútbol, que hasta hacía nada apenas se conocía. Y el sabelotodo trató de hablar también de las reglas para ponerlas en claro ante sus amigos, pero lo que contó era bobaba, porque no se las sabía, y los del corrillo sonrieron por dentro con amargor y renegaron de la ignorancia del figurín. Pero uno de los apostantes, un viejo ochentón que le observaba con curiosidad, se acercó y, con gran gentileza y bastante gracia, quiso desengañarlo. Sin pensárselo dos veces, detuvo al jugador, que ya ocupaba de nuevo el tiradero, y se situó él mismo sobre la piedra de lanzar. Adoptó una posición casi marcial y comenzó a recitar una cantinela con la misma compostura que si estuviese cantando el Cara al Sol:  

  Siete metros y otro medio, hay del patio al tiradero/ dos decenas y uno más, hasta la línea de puntuar/ y son cincuenta, justamente, para alcanzar la raya de veinte/ para los seis bolos es mesura, doce centímetros de altura/ y de diámetro, siete bastan, que sino se te atragantan/ los seis en línea, bien colocados, y sólo un centímetro separados/ así correrán mejor, si les zurras con el boj/ que tres kilos debe pesar, la buena bola de jugar/ porque bola que con los bolos no puede, no hay jugador que la ruede/ por el aire lanza el que sabe, pues a ras de suelo no vale/ bola que no pasa la raya, suma cero y es cochada/ pero si pasa bolo y bola, es una buena bolada/ cada bolo caído, un punto paga, y diez son si pasa la primera raya/ y veinte serán si se propasa y la segunda línea traspasa/ pero la bola huirá como un caballo, si no logra tocar el tallo/ y entonces no valdrá nada el tiro, sólo un “de ti me río”/ gana quien antes suma sesenta, y después, viene otra vuelta...

  El ingeniero le interrumpió deslumbrado:

— ¡Oh, oh, c’est éblouissant! —se llevó la botella a los labios y su gesto de jarana se convirtió en una mueca de desprecio. Asió al hombre del antebrazo y le empujó hacia un lado—. ¡Y ahora, apártese... monsieur!..."

 

La fotografía muestra el instante del lanzamiento del bolo...Fotografía sacada de la web "Xares un lugar único"

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ONDE SE XOGABA OS BOLOS EN ALBERGUERÍA

Consultadas as miñas fontes efectivamente,  había en Alberguería un lugar especial para xogar os bolos,  ese lugar era Pradofonte ou Prado da Fonte onde tamén se celebraba a festa do 15 de agosto, a festa da patrona de Alberguería que era a Virxen.

 

Na fotografía vese o Prado da Fonte o día da festa seguramente polos anos de finais dos cuarenta ou principio dos cincuenta. vese un palco improvisado sobre o que está tocando un grupo de música e moita moitísima xente bailando o carón do palco e incluso algunhas parellas no prado desta beira do río.

Pois ben a esquerda desta fotografía,  e onde está a xente sentada,  estaba a zona onde se xogaba os bolos.

 

O xogo dos bolos.

Que marabilloso o texto que fala das reglas dos bolos no libro de Santiago Palmeiro:

"Siete metros y otro medio, hay del patio al tiradero/ dos decenas y uno más, hasta la línea de puntuar/ y son cincuenta, justamente, para alcanzar la raya de veinte/ para los seis bolos es mesura, doce centímetros de altura/ y de diámetro, siete bastan, que sino se te atragantan/ los seis en línea, bien colocados, y sólo un centímetro separados/ así correrán mejor, si les zurras con el boj/ que tres kilos debe pesar, la buena bola de jugar/ porque bola que con los bolos no puede, no hay jugador que la ruede/ por el aire lanza el que sabe, pues a ras de suelo no vale/ bola que no pasa la raya, suma cero y es cochada/ pero si pasa bolo y bola, es una buena bolada/ cada bolo caído, un punto paga, y diez son si pasa la primera raya/ y veinte serán si se propasa y la segunda línea traspasa/ pero la bola huirá como un caballo, si no logra tocar el tallo/ y entonces no valdrá nada el tiro, sólo un “de ti me río”/ gana quien antes suma sesenta, y después, viene otra vuelta..."

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